martes, 10 de julio de 2012

LAS CANCIONES SON EXCUSAS


Tipo siete de la tarde de un sábado del 2010 le abro la puerta a Daniel. Nos juntamos a tomar algo y charlar, como habíamos quedado. Le ofrezco cerveza, y destapo una Imperial tres cuartos, “la mejor que existe”, declaro terminante. Cuando pasa más o menos una hora, pasamos a la cocina a picar algo, y de pronto, le empiezo a pedir a mi cuerpo que deje de tomar alcohol. Le explico a Daniel, que ya no sé que hacer. Me siento lleno de líquido, la cabeza pesada, los brazos dormidos y con poco hambre. Amplío y le cuento que cuando me pasa esto por lo general me agarra un ataque de dulce. Pero igual las ansias de salado son mayores. Menos frecuentes, pero mayores. Pero ese no era el día. Le cuento que lo de beber casi no puedo controlarlo, y le explico que el casi es porque me doy cuenta de la frecuencia progresiva con la que subió el consumo. Y ahora ya no sé que hacer. Llegan las siete de la tarde y me aburro si no tomo algo. Y a veces el aburrimiento llega antes. Incluso algunos días al mediodía. Primero, le digo, era el estereotipo: los domingos a las siete me aburría. Ahora es de lunes a sábado. Los domingos el cuerpo descansa, salvo que el lunes sea feriado. Mis pensamientos son los siguientes: ¿Por qué sí tomar un domingo que el lunes es feriado y un domingo normal no? ¿Por qué el cuerpo se repugna menos si mañana es feriado? Esos parámetros, creo, son los que me dan la pauta de que algo no está bien.
La cosa es que no doy más, le digo. Un whisky ya no me hace nada. Y lo más llamativo es que mi vida funciona bien así. Mi trabajo, mis pensamientos, mi cotidianeidad funcionan bien así. Al menos de eso me estoy convenciendo. Le cuento que la gente que está a mi lado ya no me dice nada de mi aliento. Supongo que por temor a que me enoje. No tengo reacciones violentas, nunca las tuve. Creo. Pero no me gusta que me molesten. Y para mí, que alguien me diga que tome menos o que tengo olor a alcohol, es una molestia insoportable. Alguién me hizo ver una vez que si yo soy eso, esta bien de cualquier manera. Fue en un show de los Ratones Paranoicos. Le pedí un chicle a un conocido antes de irme a mi casa porque tenía olor a vino. Y la respuesta que conseguí fue una pregunta: ¿te da vergüenza tener olor a vino? El cuestionamiento no surgió de alguien que tomaba, pero sí de alguien que se hacía cargo de lo que era. Y este proceso de reconocimiento de lo que soy, básicamente un proyecto de alcohólico conciente, no me duele, pero me pone en duda varias cosas. Me hace más inseguro. La inseguridad pasa por no saber qué elegir. “O el alcohol o las otras cosas”. La elección pasa, porque a este ritmo, no queda otra que llegar a eso. Y bien sé que tengo que elegir antes de que sea tarde, y que mi cuerpo elija por mí. En este sentido, mi mente ya no tiene secretos. Sé muy bien que no esta nada bien.
Sin embargo, sigo tomando. Y todo lo pienso en relación al alcohol. Las canciones, los shows, las comidas y salidas familiares, las películas, las reuniones con amigos. La panza, la panza me hace un ruido increíble. Pequeños truenos permanentes. Andá a saber que carajo pasa por ahí. Y estoy preocupado por no tener el hígado graso, así no tengo que dejar de tomar. Bueno, el tema [es] que ese día de reflexión/confesión con Daniel, por ahí andaban las canciones. Cada vez que comenzaba con unos tragos, era por alguna canción. O al menos esa era la excusa. Muchas veces las excusas eran logros deportivos. Pero últimamente mis equipos no andaban bien. Y ahí estaban entonces las canciones. Esa semana que me junté con Daniel se me había metido en la cabeza una canción de Sandro que grabaron Los Fabulosos Cadillacs; esa que dice “por ese palpitar…” Y con los violines de esa canción me daban ganas de chupar. Y después de todo lo que veníamos chupando, me tomé un whisky. Qué lindo. Lo saboreaba. Hacía sonar los hielos. Miraba la botella. La estudiaba, leía las proporciones del contenido y la descendencia de los creadores del Jim Beam etiqueta negra. En la parte del estribillo, cuando dice “tus labios de rubí” cerraba los ojos con la cabeza hacia arriba, como mirando el techo, con los labios apretados y el brazo izquierdo hacia delante, sujetando bien el vaso. Parecía gritar un gol en silencio. Después lo miraba a Daniel, y le decía “qué temazo”. Y sí, en esas circunstancias, la canción era linda. Después de la quinta escucha consecutiva, había dejado el whisky y pasado al Gin Tonic, porque creo que no me cae tan mal. Y le pegué ‘Soul Kitchen’ de los Doors. Nada. No pasó nada. Tranquilo escuchaba, parecía pensar, y en ese pensamiento siguió el disco entero de los Doors.
Cuando terminó el disco, dije que tenía ganas de escuchar “un temazo de Spinetta” y puse ‘Todos estos años de gente’. Le digo a Dani que es la mejor letra testimonial que escuché en mi vida, y aclaré que es la mejor que escuché. Porque después hay canciones que las leés y no es lo mismo. Y le agregó que me parece que La del abasto, de Luca, es mucho más fea que esta. Después fuimos a la compu y pusimos en youtube esa canción de Spinetta, y vimos un montón de videos: en Rosario, en el Personal Fest, en no se sabe dónde, y hasta en “La TV Ataca”, el programa que Pergolini tenía en Canal 9 los domingos a la noche en los primeros noventa. Esa versión es buenísima, parecida a la original del disco La La La, porque está con Fito Paéz. Spinetta y Fito, juntos, en el ‘92 un domingo a la noche en la televisión haciendo “Todos estos años de gente”.
Nos quedamos callados por bastante tiempo. Un poco en pedo, otro poquito pensando. Era de día al otro día, y salgo a abrirle. Durante todo el trayecto del pasillo a la calle no dice nada. Abro la puerta, me saluda, y cuando me estoy yendo me pregunta qué mierda pasó después, en los ’90. Y yo le juro que no voy a tomar más.

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