viernes, 17 de abril de 2015

EL ENGAÑO

La televisión a veces te despierta opiniones. Mirando un programa de fútbol, di cuenta de las diferentes vertientes que tiene el engaño. La cuestión era que el arquero de Colón de Santa fe, equipo de fútbol argentino que disputa la primera división de dicho país, utilizó un recurso para quedarse con la pelota. Cuando el balón iba hacia él con un jugador rival tratando de alcanzarlo, el guardametas emuló el sonido del silbato de referí, ante lo cuál, el jugador en disputa se frenó creyendo haber cometido una falta, en este caso, creyendo estar en posición adelantada. Enseguida los periodistas que analizaban la jugada se fueron en correcciones hablando de lo mal que estaba el engaño para sacar una ventaja. Dicho así, es verdad. Engañar para sacar ventaja no es algo bueno. Sin embargo, particularmente en el deporte, hay algunos engaños que merecen ser elogiados. Estemos atentos, que determinados engaños suelen ser divertidos y necesarios. Tal es el caso de la gambeta. La gambeta, con todo su talento, con todo su esplendor, con toda su destreza, no es más que un engaño. A ver: la gambeta trata de un jugador que le hace creer a otro que va a ir para un lado, y sale para el otro. No es fácil, de hecho cada vez se ven menos gambetas, y cada vez se escuchan más simulacros de silbatos. El tema pasa por el elogio del engaño. Hasta en el engaño, vale la pena distinguir el talento. Hay engaños elogiables, y hay engaños amarretes. El problema es que lo que importa es el morbo. No el resultado; eso es una mentira, un vil engaño, una estrategia, hacer creer que lo que importa es el resultado. A los resultaditas, lo que los erotiza es el morbo. El morbo de ver al otro derrotado. El morbo de machacar durante días y días con que tal la tocó con la mano y no lo cobraron, y fulanito tiene que demostrar contra los grandes si es buen jugador o no, o “si no ganamos la final no sirve para nada”. Ejemplo: una vez un equipo de básquet si se dejaba ganar, su contrario se iba al descenso. Sin embargo, no se dejó ganar. En la fecha siguiente tuvo su premio: jugó contra su clásico rival y le ganó por un punto. Pero el morbo resalta que lo mandó al descenso, en lugar de resaltar la dignidad deportiva de ganar la fecha anterior. Otro, River y Boca. Toda la semana innumerables periodistas deportivos diciendo que un equipo mexicano jugaba con suplentes contra un equipo peruano para no ganar y que River, aún ganado, no se clasificara a la siguiente fase de la copa. Resultado: ganaron los mexicanos. River se clasificó. ¿De que se habló luego? De que ahora se enfrentaba con Boca en octavos. Los pobres mexicanos, injuriados durante siete días seguidos, ni una sola mención a su dignidad deportiva. Ni hablar de los que opinaban antes del partido que estaba bien que se dejasen ganar, porque de esta manera, quedaba afuera un posible competidor por el título, como siempre lo es River Plate. Como si ganar se tratase de hacerlo lo más fácil posible. Dios mío, o de ellos. Eso es un engaño. Decirle a alguien “esta bien que no ganes, así pierde otro, que te puede ganar”. No es así. No está bien. Y ya no se si por una cuestión de moral o corrección. Más bien porque el juego se torna aburrido. Imagínense una copa donde en las instancias finales llegan los que peor juegan. Aburrido. Imagínense un campeonato sin gambetas. Sin amagues, o sin penales simulados. Imagínense todo eso, y obtendremos un juego donde reinará la mano intencional, el juego brusco y la defensa férrea. No nos dejemos engañar por el engaño amarrete.