martes, 19 de noviembre de 2013

EL DÍA DESPUÉS

Juntamos dos mesas y pedimos dos café en jarrita, un cortado chiquito, un sándwich de miga triple de jamón y queso, una lata de coca, y Pablo luego se paró varias veces. Primero a buscar algo dulce, y después para buscar algo salado, y así sucesivamente. Creo que había fumado. Cuando llegó el Polaco se sentó y no dijo nada por unos minutos. Nosotros seguimos hablando sobre alguna de las cosas que íbamos a realizar de las que quería el Rengo. Y al fin soltó: “yo lo de la muerte todavía no lo puedo resolver”. –“Ahhh, ¿no?, que vivo que sos”. Más allá del juego de palabras, lo que le quiso decir no se quién fue al Polaco, es que nadie puede resolver eso, y todos a menudo pensamos como sobrellevar semejante cosa inconclusa, inexplicable –salvo fisiológicamente- y un montón de calificativos más con los que perderíamos el tiempo leyendo y escribiendo. Y ahí comenzaron las posturas de cada uno. Merengue, por ejemplo, no se fue por las ramas…no recuerdo bien que dijo. Pablo tampoco. Rubén tampoco. Leo tampoco dijo nada. Yo dije algo de mis abuelas, cortito, sólo que a partir de la muerte de ellas había comenzado a tratar de tomarlo con más naturalidad, como algo que pasa si o sí, y que bueno, había preferido no ir a sus velorios, que a la última la habían enterrado a las 4 hs de muerta, y que esa noche no pensaba entrar a mirar el cajón ni nada por el estilo. Y que estaba ahí sólo porque sabía que nos íbamos a juntar y a tratar de no pasarla como el orto, solos, en nuestras casas, taladrándonos la cabeza con pensamientos que no nos iban a devolver nada de lo que ya no estaba. Todo eso lo dije en, pongamos, dos minutos. O sea, el único que habló, en definitiva, fue el Polaco. Y dijo un montonazo de cosas, siempre interesantes, con mucha razón, pero inexplicables y sin un resultado concreto, que nos de una pauta, o al menos una esperanza de que si seguíamos hablando sobre eso íbamos a lograr alguna conclusión. Entonces el tema se diluyó. Y pasamos a charlar sobre canciones, y cuando me puse a tararear Merengue me pidió por favor que no lo haga, porque lo hacía muy mal y nunca se podía dilucidar cuál era la canción en cuestión. Todo, porque una vez lo llamé por teléfono para que me sacara de la duda sobre que canción era una que cantaba la hinchada de NOB, que yo estaba seguro que era una de los ’80. Cuando la descubrí, a través de una persona muy joven que me dijo que no era de los ’80, sino de una banda de cumbia, supimos que, esa banda en cuestión había hecho una versión de una canción bien ochentosa que cantaba una banda española llamada Hombres G. La canción, horrible pero pegadiza, es “Devuélveme a mi chica”. Más conocida por los más jovatos, como la canción que habla del polvo ‘pica pica’. En la mesa nadie recordaba esa canción. Sólo Ricardo que estaba en otra mesa, y que creo es el más grande de todos los presentes, recordaba el tema en cuestión. Yo me fui a mi casa pensando lo que pienso siempre. Que todos, absolutamente todos lo momentos de la vida están atravesados por una canción. Tal vez no recordamos esa canción, lo cuál no le quita credibilidad a la teoría. O sea, si un árbol cae en la nada, hace ruido. No seamos tan ingenuos y egoístas de pensar que no hace ruido sólo porque no lo escuchamos. Hace ruido. Así que si no te acordás cada momento de tu vida y su canción respectiva, no quiere decir que no hayas vivido y ese momento de la vida no haya tenido su canción. En ese sentido, conté, que esta canción igual de pegadiza y horrible, la tenía en mis recuerdos infantiles en la pileta del club Newbery de Junín, cuando los sábados por la tarde probaban el sonido de Long Time, el boliche que estaba justo debajo de la pileta. Raro, pero así era. Es más, la parte de los reservados del boliche y el gimnasio de la pileta estaban divididos por una persiana de chapa. Y muchas más canciones atravesaron esos días mientras nadábamos, nos tirábamos del trampolín o jugábamos en el gimnasio. Una que si tengo en la memoria es “Mi novia se cayó en un poso ciego” y “Conversación nocturna” de los Cadillacs, “Halei Selassi” de los Pericos, y esta española que les contaba antes. Acá se da que confluyen etapas de la vida que coinciden con las canciones que sonaban en el momento, pero no es determinante con mi teoría que esto sea así. Puede que se recuerde una etapa de la vida con una canción que funcionó de soundtrack en ese momento, y no fuera una canción de moda o algo por el estilo. Por ejemplo, cuando mi abuelo estaba en las últimas, recuerdo a “La ruta del tentempié” de Charly García. Fui a un show de la banda rosarina Degradé donde la tocaron y no me salió más de la cabeza. Me levanté resacoso al otro día, busqué el disco Parte de la religión, no lo encontré y ahí nomás me fui para Utopía y me lo compré otra vez. Ahora tengo dos. También cuando nació mi primer hijo escuché mucho “Lucy in the Sky with Diamonds” de los Beatles, “Oh la la” de los Faces y “Money” de los Shocklenders. La cuestión es que al otro día de este encuentro, volviendo sobre mis abuelas (que al final no sobrellevé ni resolví un carajo) le pregunté al polaco por su familia y redescubrí que su padre había muerto. Lo recordé cuando me lo volvió a contar. A la noche repasé parte de la discografía de El regreso del Coelacanto y entendí de lo que habla “Otro gordo se fue” y “Todo salió mal”. Y esas dos canciones van a estar adjuntas con el recuerdo de estos días en que estoy escribiendo esto, para siempre.