miércoles, 2 de abril de 2014

LOLLAPALOOZA Argentina DÍA 1

No se veían grandes publicidades incitando a ir desde el interior –así se suele llamar a la ciudades, pueblos y provincias que no son de la Capital- incitando a ir y ser parte de la primera edición del festival Lollapalooza en Argentina. Por ende, en lo previo, no esperaba que la peregrinación sea a gran escala. Sin embargo, más de 60.000 personas participaron ayer del evento. Y, más allá de que no se debería explicar los términos utilizados en este texto, no es inocente la apropiación de palabras como ‘publicidad’ ‘ser parte’. La primera impresión sobre los asistentes a #LollaAr –insoportables los pedidos desde las pantallas para que se twittee así- estaba completamente alejada del estereotipo rocker. Y más bien parecían haber llagado allí para no perdérselo, para estar acorde a una movida, para participar de algo que ofrece más que música, y en ese sentido, el primer día dejó poco. Un cacheo excesivo, consultándoles a los chicos si llevan mariguana –todavía estoy esperando que alguno le conteste “Sí, 150 pesos el 25”- el pedido de que conserves la entrada y la pulserita para ingresar al otro día –una avivada de la producción, estimo que, para no entrar en gastos e imprimir dos entradas; ojo si se bañan, la pulserita endeble corre peligro y deberán abonar otra vez- y lo primero que se ve antes de entrar al predio, no es un escenario, sino un puedo de merchandacing. No dejes de llevarte tu souvenir, como si fueras a Temaikén, con la diferencia de que allá vez a tigres encerrados, y acá gente que va de acá para allá tratando de ver todo lo que puede, y cuando necesita tomar algo tiene que pagar 30 pesos la botellita de agua, y no se puede sentar en ningún lado. En los pitucos puestos de comida gourmet no hay ni mesas ni sillas. Y en el pasto, hay agua. Claro que, esto último es producto del factor climático que afectó a bsas los últimos días. Entonces la propuesta va por un lado, y lo que hay está en otro. O sea, crees que vas a estar cómodo, que vas a entrar a un parque de diversiones con shows, que te comes un sushi tranquilo mientras esperas a Trent Reznor…o alimentas tu creatividad con actividades alternativas a la música…y no, eso no está. El lookete sí, a full –de ahí lo poco relacionado con el estereotipo rocker-. Pero el entorno, en lugar de Palermo chic!, parece Cosquín Rock. Y técnicamente, lo mismo de todos los festivales. De vez en cuando se cortan las pantallas, se mezclan los audios de un escenario al otro –una lástima lo de New Order y Nine Inch Nails, tocaban a la misma hora y en determinados sectores, era imposible escuchar a los primeros, arroyados por la fiereza del sonido de los segundos- y cuando hay viento, se vuelan los paños hermosos que decoran los escenarios. Y ni hablar si queres tomarte una cerveza. Esto es sólo privilegio del Vip o sector de prensa. De allí salen con bebidas alcohólicas hacia el sector donde no se vende, por lo tanto, no queda claro el porqué de la no venta en el campo. Los shows: Por cuestiones de tiempo, no vi las primeras presentaciones, y si bien no me gusta utilizar potenciales, confío en mis amigos periodistas que me dijeron que Jake Bugg la rompió. Por lo tanto, “dicen que Jake Bugg dio un gran show y sorprendió a la audiencia de Lollapalooza que ingresó temprano al predio” Julian Casablancas no se entiende. En todo sentido. No se entiende el porqué de su estética de volumen altísimo –el rock no es rock por tocar a volumen brutal- voz rota, y una banda prolija. No se entiende, porque, efectivamente desde el público no se entiende nada. Lo que canta, lo que tocan. Todo es una bola de sonido, con algunas melodías lindas y conocidas de fondo, que permiten tararear lo temas que conocemos todos. Imagine Dragons es la banda ideal para musicalizar publicidades que venden vida feliz. Supongamos, alguna tarjeta de crédito que permita tener una TV grandísima para ver el mundial, o jabón para lavar la ropa. Lorde, una buena voz, buena presencia en el escenario, algo monótono su show. Pero deja entrever que habrá una buena carrera. Tal vez lo más interesante pasaba por el escenario del mentor de esta marca, Perry Farrel, con algunos dj’s tempraneros o rappers más entrada la noche –atención con Kid Cudi-, hasta Phoenix. Los franceses dieron un show tremendo. Hermosas canciones, muy buen audio, y una manera de disfrutar el show impactante. Luego, New Order por un lado, Nine Inch Nails por el otro. Estos potenciaron un show chocante desde lo sonoro y visual. Impecable en ese sentido, abrumador también. Por momentos, necesitaba que algo suene mal. O algún acople. New Order nunca lograré saber si estuvo buenísimo, porque en algunas partes se mezclaba con el abusivo volumen de NIN, y había que moverse hacia la izquierda del escenario, y bastante adelante, para disfrutar del show. Lo que pude escuchar bien, fue bueno. Y lo mejor de todo el día, lo que pagó la entrada, lo que justificó la fecha, fue The Arcade Fire. Si existiera una licuadora virtual gigante, y meterían los discos de Talking Heads, algunos de Bowie y Rei Momo de David Byrne, saldría esta banda Canadiense. Comenzaron con un chiste que causó buen efecto: salieron a escena luego de ser presentados por “un robot” estampillado con espejitos como si fuera una bola de boliche andante, y los músicos entraron al escenario con cabezas gigantes, y resultó ser Julian Casablancas el que estaba debajo de la cabeza principal. Puros, virtuosos, divertidos. Marido y mujer al frente de una animación sostenida con buenísimas canciones, puesta en escena sobria y efectiva, y una banda que la rompe. Al final, fuegos artificiales detrás del escenario, y un desagote del predio rápido y cómodo. Hoy otra vez.

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